*Por Esteban Santantino
Hasta el más despistado sabe lo que pasó esta semana con Vanesa Mamani, la nena de 3 años que cayó a un pozo de unos 20 metros de profundidad en Florencio Varela y que fue rescatada tras seis horas y media de nerviosismo. Los medios realizaron una cobertura en tiempo real, y tanto el gobernador Scioli como el ministro de Seguridad y Justicia de la provincia de Buenos Aires Ricardo Casal, se hicieron presentes en el lugar y se quedaron hasta que Vanesa volvió felizmente, sana y salva a la superficie.
Sin embargo, gracias a la fundación “La Alameda” y a su sitio web www.laalameda.wordpress.com, pudimos enterarnos de otra historia que no trascendió demasiado en los medios, es más, que no trascendió en ningún medio. En la misma provincia de Buenos Aires, Ezequiel Ferreyra, un nene de 6 años que trabajaba desde los 4 junto a su familia para la empresa avícola Nuestra Huella, murió por un tumor cancerígeno alojado en su cuerpo. Desde La Alameda aseguran que “La corta vida de Ezequiel transcurrió la mayor parte de su tiempo entre la sangre y el guano de las gallinas y manipulando venenos con elementos cancerígenos de la empresa, para cumplir a rajatabla con los topes de producción que la patronal le imponía a su familia.”
Ezequiel junto a su familia llegó a Buenos Aires en el 2007. Atrás quedaba la extrema pobreza de Misiones y los sueños se dibujaban en un campo cercano a la capital del país. Trabajo estable y vivienda segura era suficiente para poder construir un futuro mejor para los chicos. Ésa era la promesa que los llevó a la granja «La Fernández», cerca de Zárate y Campana. Sin embargo, el tope de producción que exigía la empresa para abonar el sueldo del papá de Ezequiel, que es más bajo que el de un peón rural, podía alcanzarse sólo si la familia entera colaboraba en el trabajo de “juntar miles de huevos por día, remover guano, juntar la sangre y distribuir el veneno” (La Alameda).
Renunciar no era posible porque al hecho de quedarse en la calle y sin trabajo a miles de kilómetros de la familia y los conocidos, se le sumaba la “deuda” contraída con la empresa por el traslado a Buenos Aires. Resistir era la única opción, pero los agrotóxicos pudieron más que Ezequiel.
Sin embargo, gracias a la fundación “La Alameda” y a su sitio web www.laalameda.wordpress.com, pudimos enterarnos de otra historia que no trascendió demasiado en los medios, es más, que no trascendió en ningún medio. En la misma provincia de Buenos Aires, Ezequiel Ferreyra, un nene de 6 años que trabajaba desde los 4 junto a su familia para la empresa avícola Nuestra Huella, murió por un tumor cancerígeno alojado en su cuerpo. Desde La Alameda aseguran que “La corta vida de Ezequiel transcurrió la mayor parte de su tiempo entre la sangre y el guano de las gallinas y manipulando venenos con elementos cancerígenos de la empresa, para cumplir a rajatabla con los topes de producción que la patronal le imponía a su familia.”
Ezequiel junto a su familia llegó a Buenos Aires en el 2007. Atrás quedaba la extrema pobreza de Misiones y los sueños se dibujaban en un campo cercano a la capital del país. Trabajo estable y vivienda segura era suficiente para poder construir un futuro mejor para los chicos. Ésa era la promesa que los llevó a la granja «La Fernández», cerca de Zárate y Campana. Sin embargo, el tope de producción que exigía la empresa para abonar el sueldo del papá de Ezequiel, que es más bajo que el de un peón rural, podía alcanzarse sólo si la familia entera colaboraba en el trabajo de “juntar miles de huevos por día, remover guano, juntar la sangre y distribuir el veneno” (La Alameda).
Renunciar no era posible porque al hecho de quedarse en la calle y sin trabajo a miles de kilómetros de la familia y los conocidos, se le sumaba la “deuda” contraída con la empresa por el traslado a Buenos Aires. Resistir era la única opción, pero los agrotóxicos pudieron más que Ezequiel.
De acuerdo a lo que denuncian desde la Fundación La Alameda “Las horas y horas de filmación de trabajo infantil durante el 2008, 2009 y 2010, la granja allanada con la gente esclavizada y la alambrada electrificada, las 30 granjas de la empresa donde el Ministerio de Trabajo constató fehacientemente trabajo infantil en (la empresa) Nuestra Huella, los más de cuarenta testimonios de víctimas de la empresa, las filmaciones de las persecuciones y los intentos de sobornos a los denunciantes, los datos precisos de los reclutadores…” (los que se encargan de buscar familias en las provincias más castigadas por la pobreza para ser traídas a trabajar en condiciones inhumanas) nada de todo esto, fue suficiente para que los jueces Graciela Cione y Adrián Charbay se expidieran con justicia en las causas por reducción a la sevidumbre, trabajo infantil, trata laboral y tráfico de personas.
Son dos historias. En una se entrelazan virtuosamente la efectividad y el buen desempeño de policías y bomberos bonaerenses, la presencia del gobernador y el Ministro de Seguridad y Justicia, horas y horas de televisión atrapante y termina con una foto hermosa de nuestra presidenta sonriente, regalándole una “Barbie” a una nena rescatada de las propias entrañas de la tierra. En la otra se mezclan condimentos más oscuros de impunidad e injusticia, de trabajo esclavo y cercas electrificadas, de denuncias e impotencias colectivas y donde justamente no hay seguridad ni justicia.
La primera es para despistados. La segunda, gracias a “La Alameda”, es para pensarlo.