martes, 8 de junio de 2010
Como un sueño
*Por Facundo Toscanini
// Es un club de barrio con más de cincuenta años de vida, con sus historias de encuentros y amores, de pasiones y alegrías. A fines de 2001, lleno de deudas y casi sin socios, estuvo al borde de la desaparición. Allí un grupo de jóvenes decidió organizarse para recuperar el club y fundar un biblioteca popular.
La historia del Cafferata Bochin Club es la de cualquiera de aquellos clubes sociales. Un club, de los que existen cientos en Rosario, y que, por lo general, fueron fundados por la misma gente del barrio.Clubes que empezaron como lugares de reunión y de recreación para la gente de cada lugar. Generaciones de pibes, que crecieron en sus instalaciones y que fueron la fuerza viva del barrio. Pero en los '90 la debacle también se asocia al club. Y con ella, los hijos del club, los chicos del barrio, deben enfrentar una lucha por la supervivencia que los obliga a ser creativos más que recreativos.
Esta es la historia del Cafferata Bochin Club, una institución que fue fundada en 1952 y recuperada por un grupo de chicos hacia fines de 2001.
La historia
El Cafferata Bochin Club fue fundado en 1952 en la zona oeste de Rosario. Para aquel entonces era un lugar de esparcimiento para la gente grande del bario, que después de la jornada laboral concurría al club a tomar un aperitivo y a jugar a las bochas. Eran tiempos en los que el club contaba con muchos socios y una vida social muy importante.
Con los años 90, el club se endeudó, muchos de los socios perdieron su trabajo, los que trabajaban lo hacían por más horas, los sueldos eran cada vez más bajos y las familias dejaron de concurrir al club y empezaron a para más tiempo delante del televisor.
“Frente a esta situación es que surge nuestra profunda preocupación para poder hacer algo por el club y evitar su desaparición”, cuenta Leandro uno de los chicos que se organizaron para recuperar al club.
En aquél momento el club había perdido prácticamente todas sus actividades sociales y sus espacios. En aquellas instalaciones que alguna vez fue la casa de varias generaciones del barrio, se había instalado un gimnasio privado. A esto se sumó la pretensión de una Asociación Italiana de la ciudad de quedarse con la institución. “Para nosotros eso fue determinante. Esta asociación lo que pretendía era quedarse con el club para realizar allí actividades para sus asociados, lo cual implicaba la muerte definitiva del club”, recuerda Ignacio.
Para estos chicos, que se habían criado en el club, esta situación implicaba la pérdida de una parte de sus vidas. Es por eso que decidieron organizarse para recuperar el club para el barrio. Así comienza esta historia de sueños colectivos.
Cacerolas y amaneceres
En aquel verano caliente de 2001, en el que muchas instituciones cerraban sus puertas y sus representantes se escondían frente al clamor popular, un grupo de pibes del barrio Bella Vista, en la zona oeste de Rosario, florecía como grupo de trabajo y de resistencia ante la mirada desconcertada de propios y extraños.
En medio de tanta confusión, de tanta desesperación, este grupo de chicos y chicas creyeron en un sueño colectivo y popular. El resultado de ese sueño fue la creación de una biblioteca popular.
Trabajo de hormigas
“Desde el primer momento sabíamos que esto no iba a ser fácil y que nos íbamos a encontrar con algunas dificultades”, cuentan los “recuperadores” del club. Aquellas dificultades tenían que ver con que el club se encontraba vacío, lleno de deudas y muy deteriorado.
Así fue que comenzaron con las jornadas de trabajo voluntario. “Todos los domingos estabamos acá laburando. Donde hoy está la biblioteca, antes no había nada. Así que todo lo fuimos haciendo nosotros con mucho esfuerzo y dedicación. Acá hicimos de todo, pintamos, revocamos paredes, hicimos las instalaciones eléctricas, todo”, recuerda Francisco.
Fue un verdadero trabajo de hormigas que se resume en una palabra: autogestión. Cuentan los chicos que muchas veces han recibido propuestas de entidades privadas para ayudar a que el proyecto de la biblioteca crezca en el ámbito institucional. “En ese momento siempre surgía el mismo interrogante, es decir, ¿era eso lo que en realidad queríamos? ¿una institución media vacía? No, realmente queríamos otra cosa, seguir haciendo lo que estabamos construyendo por medio de la autogestión, charlar sobre lo temas que a nosotros nos parecen importantes. No queremos un gran edificio, vacío de gente y de ideas. Por eso la idea fundar esta biblioteca popular para que la cultura pueda ser uno de los motores de este lugar, y la gente del barrio vuelva”, explica Leandro.
Nacimientos
Después de mucho trabajo, en marzo de 2006 abrió sus puertas la biblioteca popular “El Hormiguero” del Cafferata Bochin Club.
En un primer momento el grupo el grupo de trabajo estaba compuesto exclusivamente de varones. Poco tiempo después se fue sumando un grupo de chicas, las cuales se interesaron en el proyecto de la biblioteca y comenzaron a trabajar de inmediato. “Fue un gran desafío ya que el club era un ámbito muy machista, prácticamente no entraban las mujeres. Pero los chicos nos recibieron muy bien y juntos fuimos construyendo un espacio de trabajo. Recuerdo que comenzamos con una rifa en el barrio con lo cual fuimos juntando fondos para arreglar el lugar. También organizamos una peña importante a la que concurrieron 200 personas y juntamos muchos libros para la biblioteca”, recuerda Nadia una de las primeras chicas en incorporarse.
Talleres y demanda
Con la biblioteca funcionando, la idea de sus creadores era organizar una serie de talleres para los chicos del barrio. Lugares de encuentros, donde los más chicos pudieran aprender colectivamente.
“Hicimos un recorrido institucional del barrio y se vio una importante demanda de apoyo escolar apoyo escolar para los más pequeños, es por eso que ahora estamos tratando de organizarlo para comenzar a implementarlo el año entrante”, cuenta Constaza que estudia Trabajo Social y junto a un grupo de compañeras se sumó al proyecto este año.
De esta manera la gente del barrio siempre fue acompañando todo este proceso, desde la colaboración en la venta de rifas, la donación de libros para fundar la biblioteca, la presencia en las peñas organizadas.
La biblioteca en un primer momento abría sus puertas todos los días durante cuatro horas. Poco a poco se fue llenando de chicos que demandaban atención. Cuenta Hugo que, “la demanda social ya superaba los límites del propio barrio, viene desde un poco más afuera, un poco más alejado del barrio. Esa demanda fue tan grande que nos hizo temblar un poco a nuestro grupo. Éramos como esos motores que se pasan de revoluciones y después explotan. De repente teníamos 30 chicos acá y ninguno sabíamos como manejarlo. No teníamos ni la preparación, ni las herramientas ni el tiempo suficiente como para afrontar tal situación”.
Con el tiempo le fueron encontrando la vuelta y crearon nuevas actividades. Cada fin de semana organizan un ciclo de cine- debate, donde proyectan un video que aborda un problemática social y luego intercambian ideas sobre el tema.
Esperanzas
La realidad siempre da muestras que el resultado no está cerrado. Que también existen esperanzas.
Los que todavía pelean porque saben que el partido de la historia no está terminado.
Los que saben que para ganar, primero, hay que pelear.
Que la historia puede terminar con el triunfo de los que son más si se cambian las reglas de juego.
Que saben que no alcanza con ocupar un lugar en la tribuna, sino que la cosa está en protagonizar cambios en cada una de las canchas en donde se define parte de la vida colectiva de los rosarinos, en particular, y de los argentinos, en general.
Son protagonistas del cambio.
Pibes que ven con preocupación que el club de su barrio esté a punto de cerrar sus puestas y ayudan a recuperar este espacio.
Estos chicos que se organizan detrás de un sueño colectivo y crean una biblioteca popular, para otros chicos, como ellos, puedan tener un lugar donde generar cultura.
Estudiantes de trabajo social que deciden salir al campo de los hechos, a la cancha grande de la historia, haciendo apoyo escolar para ponerle un cerco a la droga y el delito.
Pequeños, pero intensos, fueguitos que nos alertan de que algo está cambiando. Que el verbo zafar, tan en boga en los tiempos del saqueo, no tiene nada que ver con vivir.
Porque vivir es pelear por hacer realidad los sueños colectivos.
JUVENTUD, ¿PERDIDA?
Casi se trató de un paradigma de los años noventa, “la juventud está perdida”. En cada momento, en cada canal de televisión se podía escuchar a alguien entonando tal frase.
En aquellos años, años del saqueo del país, se instaló la cultura de la derrota. La cultura de la resignación y la sumisión, la de la falsa gobernabilidad: “hay que hacer esto porque es lo único posible”.
Que hubiera sido del Cafferata Bbochin Club, si este grupo de jóvenes en aquel diciembre caliente de 2001 que marcó la ira popular frente a los sucesivos gobiernos que pregonaron con la exclusión, se hubieran atenido a aquel paradigma de los años 90: “la juventud está perdida”.
El grupo es bastante heterogéneo, todos tienen sus historias a cuestas y una en común, aquel gran sueño vivido: la recuperación del club de la infancia y la creación de la biblioteca.
El salón es grande, amplio, se siente el calor humano. Allí están ellos y ellas cada mañana, cada tarde, cada noche. Viendo que se puede hacer para ampliar el stock de libros, que tema proponer para el ciclo de cine-debate, cómo organizar talleres para los chiquitos del barrio.
Desde los tirantes del techo cuelga una bandera con la bicicleta pintada por el artista rosarino Fernando Traverso. Aquella bicicleta que es la del Pocho Lepratti, la de los militantes sociales desaparecidos en los años 70. Los cuales seguramente estarían orgullosos de estos pibes.
Hugo es el más viejo del grupo. Tiene 47 años y se define como “un militante de la vida”. Plomero de profesión, conoció a uno de los jóvenes haciendo un trabajo de plomería en la casa de uno de ellos, y ahí se sumó al proyecto. “Acá hay un montón de ganas, yo siempre fui un obrero con inquietudes de este estilo, y me sumé a los chicos a pesar de no ser del barrio. Siempre aposté a los jóvenes, hemos vivido un tiempo en este país, donde un grupo de la sociedad decía que los jóvenes estaban perdidos... estos chicos con la recuperación del club y la creación de la biblioteca y todo el trabajo y las ganas que le ponen, demuestra que no están para nada perdidos. Al contrario están bien orientados demostrando que se pueden cambiar las cosas”.
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