martes, 16 de marzo de 2010
Inmunes al progreso
*Por Elcar Eloy Grieco
// La institucionalidad política argentina parece ser inmune al contagio de progreso que anda dando vueltas, desde hace un tiempo, por el Cono Sur de América. Una especie de patito feo entre los países vecinos, en donde la continuidad política y la postura vanguardista parecen ser estandartes inamovibles e inviolables.
En nuestro país nada de eso sucede ni tan siquiera parece asomarse. Todo lo contrario. Nos aferramos a la confrontación, a la agresión y a esa maldita costumbre de oponerse a todo por el solo hecho de ser opositor. Si el oficialismo en la Argentina aún tiene algo de vida es por la mediocridad de la oposición. Todo, en su conjunto, hace que la institucionalidad política de nuestra patria sea –visiblemente- lamentable.
No hace falta que me extienda demasiado en el derramamiento de flores que merecen países como Brasil, Chile o hasta el mismo Uruguay. Con humildad, compromiso, diálogo y trabajo consensuado han logrado asentarse en medio de la pantanosa crisis económica mundial que parecía arrasar al tercer mundo.
Una médica que se va con un histórico 84 por ciento de imagen positiva, un obrero que de a poco le va ganando la batalla a la pobreza extrema y ahora un guerrillero campestre que sabe exactamente cómo cargar las mochilas de su pasado y que apuesta a la educación, al orden económico y a al avance tecnológico. Claros ejemplos de progreso que por nuestros pagos andan escaseando.
Ya que hablamos de escasez podemos seguir con la lista de carencias que flagelan la política argentina: falta debate serio, idealismo, principios, ética, humildad, conciencia, verdad, transparencia, lealtad y todo lo que usted, señora y señor, se imagina sin que yo se lo tenga que decir. Pero no todo es penuria. También tenemos manteca para tirar al techo: abundan maltratos, corrupciones, sobornos, traiciones, mentiras, caradurismo, amnesia.
Todo parece meticulosamente armado para que parezca una verdadera payasada. Tenemos un vicepresidente radical que integra una formula justicialista y que es el principal opositor del oficialismo –esto puede sonar bastante raro y confuso para quien no viva en el país, pero para los argentinos es algo sumamente normal-. Contamos con senadores y diputados que se exhiben en los pasillos del Congreso Nacional -como las prostitutas de la zona roja de Ámsterdam- esperando que llegue el sobre más rellenito para recordar qué botón tenían que apretar. Desaparecen ministros y funcionarios cuando parece que algo no funciona como –normalmente- debería funcionar -¿dónde están Ocaña, Jaime, Massa, Redrado, Lousteau?-, de todos modos algunos siguen dando vueltas para que el circo no se torne demasiado aburrido, como De Vido y Moreno.
A estas barbaridades –aparentemente guionadas- debemos sumarle algunas otras que no pueden quedar fuera de escena. Los debates políticos han pasado de ser un intercambio de ideas formadas, nutridas y bañadas con un tinte ideológico acorde a los pensamientos de cada expositor, a ser un balbuceo interminable de ataques, desprestigios y fundamentos tan triviales como mediocres que la mayoría de las veces resultan insostenibles. Pero todo vale a la hora de oponerse a lo que plantea el antagonista. Esté bien o mal lo que expone merece ser descalificado para que no tome demasiado protagonismo, y mucho más aún si tiene que ver con intereses económicos o de poder. Lo mismo sucede con las políticas implementadas por el mandatario anterior a la gestión del nuevo gobernante, que por el hecho de ser adversarios, deben ser eliminadas, corregidas o realizadas nuevamente de manera totalmente distinta. Para nada importa si esas políticas fueron buenas o malas, da igual. Las continuidades, en Argentina, no son posibles entre partidos opositores.
Por último, para no cansarlos ni cansarme con tantas payasadas que más que risas generan llanto, nos encontramos con las prioridades que nunca son. Nunca se debaten políticas de fondo, nunca se diserta acerca de cómo erradicar la pobreza ni el desempleo, de cómo mejorar la educación y la salud pública, ni de cómo sostener una economía estable y ordenada. Es más, los índices –oficiales- que reflejan estas cuestiones parecen manifestar una realidad que discrepa bastante con la que los ciudadanos nos encontramos en las calles. Quizás por eso nunca lleguen a ser prioridades. O quizás porque no conviene que sean prioridades.
En la institucionalidad política argentina, con olor a progreso hay bastante poco. Seguimos presos de un pasado que nunca deja de decir presente. Continuamos cometiendo errores que ya cometimos y volvemos a tomar posturas que no dieron resultados. Es hora de tomar caminos distintos, de vivir con memoria pero sin rencores. Es tiempo de empezar a jugar a favor del pueblo. De aprovechar los mementos. De apostar a la cultura del trabajo, de tomar como eje la educación. De aferrarnos al diálogo, al consenso. De ser más humildes, más sinceros. De jugarnos la ropa por un país más justo, más equitativo y más nuestro.
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