lunes, 28 de junio de 2010

Cuando el Gatillo se vuelve Fácil


*Por Esteban Santantino

// El jueves de la semana pasada una bala atravesó el cerebro de Diego Bonnefoi. El policía que decidió terminar con la vida de este pibe de 15 años, dice que el tiro se le escapó… ese certero disparo que entró por la nuca de Diego y salió por su frente para perderse en una eterna sinrazón. Tenía 15 años, corría para el lado de su casa en un rincón oculto y desconocido de la, por estos días no tan bella, ciudad de Bariloche.

La crónica, habla de dos muertos más en las movilizaciones que surgieron cuando el barrio se enteró del asesinato de Diego, y de otras movilizaciones destinadas a defender el accionar de la policía.

Sin embargo, la crónica deja de lado la profundidad que estos acontecimientos esconden en sus entrañas, una profundidad que trasciende las fronteras de la ciudad y nos golpea de frente, embarrándonos el rostro con un dibujo exagerado de nuestra sociedad.

Bariloche está dividida en dos ciudades, en dos mundos que parecieran ser de galaxias distantes. Por un lado está el Bajo, el centro turístico de casas alpinas y miles de negocios, servicios y actividades para los adinerados turistas que llegan a la ciudad. Por otro lado, atrás del cerro Otto, bien escondido, están los Altos, donde vivía Diego, donde no hay vista al lago, donde son más las cosas que faltan.

Esta ciudad, nos entrega hoy una fiel imagen de la estremecedora brecha social que vivimos. La politóloga María Esperanza Casullo, nos invita a imaginar cómo se vive en el barrio de Diego “imagínense ustedes –nos dice- vivir sin gas, sin agua y sin cloacas en ciudades donde en otoño llueve durante tres meses seguidos y en invierno hace 10 grados bajo cero y se acumulan 40 cm de nieve y hielo. Vivir en casillas de madera y chapa, calefaccionándose con leña…”.

Hablar simplemente de “gatillo fácil” demonizando a la policía, parece reducir el complejo entramado de responsabilidades que presentan estos hechos. Sobre todo, porque pareciera ser que quienes viven en los Altos de Bariloche, como todos los villeros, los negros (esos que algunos llaman “negros de alma”), los tobas acá mismo en Rosario y todos los que por algún motivo toleramos que sean “excluidos”, valen menos… sus vidas valen menos, cuando están ellos frente a las armas policiales, las balas se escapan más fácilmente, y las consecuencias son menos trascendentes.

En las marchas que defendían el accionar de la policía, una señora aseguraba “no nos engañemos, este chico… no era un chico de provecho”. En los comentarios que se leen debajo de las noticias por internet se pueden leer que los pibes como Diego “terminan siempre así, no hay nada por que escandalizarse” o que “Bariloche se encuentra SOBRE-poblado y no tiene los fondos ni las herramientas para sostener a toda esa gente.” En un grupo de Facebook, vecinos de Bariloche llenos de argumentos en contra de una supuesta “naturaleza violenta” de los del Alto, afirman que quieren vivir en paz y nada más… es decir, que nada cambie.

Enfermo de los nervios cuando leí el título de la editorial del diario Clarín del último miércoles, que afirma que “La inseguridad golpeó a Bariloche”, me pareció que la muerte de Diego, perdón… el asesinato de Diego, puede abrirnos una puerta para que entremos de lleno a este debate… La inseguridad, cada vez menos parece una sensación creada por los medios, pero también, la fragmentación social es cada vez más profunda, más inhumana y más irreversible, y parece que cada vez importa menos, de qué lado nos toca vivirla.


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