lunes, 23 de agosto de 2010

El embrollo literario // Libros gordos y libros flacos

*Por Facundo Toscanini

// Sabido es de la existencia de las dicotomías. Los opuestos. O es una cosa o es otra. Se me viene a la mente aquella vieja sentencia que reza: “o es blanco o es negro. Nada de grises, nada de medias tintas”. Solo basta con echar una mirada a nuestro alrededor y descubriremos que el mundo mismo está constituido de opuestos: hay mujeres y hay hombres, hay países centrales y países periféricos, existen ricos que producen pobres, hay capitalismo y hubo (¿o hay?) comunismo y hay peronismo y también otra cosas.
Tal vez, un ejemplo representativo de esta relación dual, de pares y de opuestos sea aquella que se manifiesta entre grueso y lo delgado. En definitiva, entre lo gordo y lo flaco.
Cuando lo llevamos al terreno de los libros o de la literatura, uno inevitablemente se encuentra en la discusión de si un libro por el sólo hecho de ser gordo es más importante, rico en contenido que otro que es más delgado y con unas cuantas páginas menos.
Por esa razón, se suele decir que los libros gordos son “buenos libros de cabecera”. Y este veredicto, además del doble sentido, tiene algo de verosímil.
El “Ulises” de James Joyce (publicado en 1922) fue probablemente la novela más importante del siglo XX no solo por ser un libro gordo, sino además por ser un libro revolucionario. El irlandés James Joyce ambientó su novela en Dublín en un solo día, el 16 de junio de 1904 y cuenta la historia de 3 personajes. Para hacerlo tomó como base la estructura de la Odisea de Homero y ahí movió sus personajes capítulo a capítulo. Es un libro muy complejo el Ulises. Porque Joyce utilizó todos los recursos de la psicología, de la estética contemporánea (tiene 267 mil palabras y un vocabulario de más 30 mil) los barajó y sorprendió completamente a todos con una obra revolucionaria. Por eso mismo nos es fácil leer el Ulises y, los que saben dicen, que no es lo primero que hay que leer de Joyce. Un primer acercamiento con Joyce podría ser su libro Retrato del artista adolescente y cuando puedan ser leen el Ulises.

Los libros gordos, realmente, son un tema aparte. No es lo mismo un libro gordo que un libro flaco. Los libros gordos suelen ser novelas. Los flacos de poesía. Pero esa regla tiene excepciones, por ejemplo, todos los más grandes poetas norteamericanos como Walt Whitman y Ezra Pound escribieron a lo largo de sus vidas prácticamente un solo libro donde reunieron muchísimos poemas. Por ejemplo Walt Whitman (poeta estadounidense, nacido en 1819) escribió Hojas de Hierba (es una obra monumental que fue modificando durante toda su vida) son muchísimos cantos, pero uno no va a leer a todo Walt Whitman de un saque. Si lee el canto a mi mismo en la producción de León Felipe va a tener una idea de la grandeza de Whitman. Y que decir del “loco” Ezra Pound (poeta estadounidense, nacido en 1885), uno de los más grandes poetas del siglo XX y más influyentes que escribió los cantares. Los cantares son más de 120 (fue un precursor del verso libre e influyó en la generación beat) ahora si uno lee usura con eso basta saber en donde reside la grandeza de Ezra Pound.

Hay autores que casi nunca escribieron textos breves como León Tolstói (novelista ruso, autor de Guerra y Paz) y hay otros que nunca escribieron textos largos como nuestro Borges. Hay obras largas que parecen cortas, como la amenísima Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Y hay otras, no tan largas que parecen interminables como La gloria de don Ramiro, del gallego Enrique Larreta… un auténtico plomazo.
Con los libros gordos hay que manejarse con libertad. Eso, al menos es lo que aconseja William Somerset Maugham, un gran escritor y además un lector hedonista, libre, que recomendaba a sus lectores saltearse de las grandes novelas las discusiones o las partes narrativas no interesantes. Algo que hacen generalmente los lectores de Henry Miller (novelista, nacido en Nueva York. Escribió Trópico de cáncer; Trópico de capricornio; Sexus) que se saltean sistemáticamente todo, menos las escenas eróticas.

Los libros gordos tienen 2 problemas. Primero como son muy pesados, y cuando te los llevas a la cama para leerlos, te aplastan el esternon. Segundo, que son caros.
Si tenés que hacer un regalo y no tenés mucha guita, siempre podés regalar un libro chico pero que sea una obra maestra. Por ejemplo Macedonio Fernández (escritor argentino, nacido en 1874) escribió no más de 25 poemas, y no solo eso, escribió poemas cortitos. Hay uno que es memorable, dice así:

Amor se fue; mientras duró
de todo hizo placer.
Cuando se fue
nada quedó que no doliera.

Una joya. Y entre los narradores, probablemente, el mejor cultor de las formas breves sea el guatemalteco Augusto Monterroso (fue embajador y fundó dos diarios). Autor de libros finitos y de cuentos buenísimos. Se destaca por sus cuentos compilados en Obras completas y otros cuentos. Uno de ellos se llama El dinosaurio y dice así: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Los libros flacos y los libros gordos, no se leen en los mismos lugares. Por ejemplo si uno viaja en colectivo de Rosario a Villa Constitución se puede leer (por cada parada, cada estación) la antología de Borges y Bioy Casares, Cuentos breves y extraordinarios. Ahora si tiene un libro gordo como el Adán Buenosayres (de Leopoldo Marechal) o como La vida breve (de Juan Carlos Onetti) también puede leer uno por estación, pero por estación del año: uno en primavera, otro en verano…
Evidentemente no es lo mismo un libro chiquito para llevar en la cartera o en un bolso, que una enciclopedia. El peso, en estos casos, es una cuestión definitoria.

Para chicos también hay libros gordos y libros flacos. Es muy común encontrar en las casas donde hay chicos, libros de Luís María Pescetti. Un autor que ha tenido muchísimo éxito entre los chicos y entre los padres de los chicos en estos últimos años. Y él, por ejemplo, es autor de libros finitos, como Las aventuras de Natacha donde narra una larga serie de aventuras. Y también es autor de una novela, mucho más larga en este caso (48 capítulos y casi 400 páginas), que se llama Lejos de Frin. Una verdadera lección para los que temen que los chicos no pueden leer mucho.

Hay libros gordos, hay libros finitos… Todos tienen múltiples utilidades. En el fondo el tamaño no importa. Lo que vale es el gusto de leer.

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